domingo, 25 de noviembre de 2012

Cómo entender el conflicto palestino-israelí y no morir en el intento, parte I

Los últimos ataques entre palestinos e israelíes han ocupado todos los titulares de los últimos días, y no sin motivo. Muchos hemos observado el conflicto con preocupación, pues recordaba mucho a la relativamente reciente “Operación Plomo Fundido”, en la que no sólo 1340 palestinos (670 de ellos civiles) y 13 israelíes perdieron la vida, sino que las condiciones de los primeros se volvieron más extremas si cabe. Sí, lo has leído bien: la diferencia en el número de víctimas dista mucho de ser equitativa, pero es que estamos ante un complejísimo conflicto que de ningún modo puede considerarse ecuánime. Tampoco es reciente; para comprender bien las causas que han llevado a una situación de este calibre es necesario retroceder más de un siglo y salirse de los tópicos religiosos. Porque una cosa está clara: las guerras pueden tener causas religiosas, pero éstas no son más que factores superficiales; los intereses políticos y económicos no entienden de dioses.

Al finalizar este curso, será capaz de entender esta imagen.

Si ya confesé en mi anterior entrada sobre el Muro de Berlín que siento una debilidad por la historia contemporánea, el conflicto palestino-israelí es directamente una obsesión. ¿El problema? Es imposible resumirlo. Por mucho que se intente ofrecer una explicación breve y concisa de la situación en Oriente Medio, esta nunca será suficiente. Pero bueno, me gustan los retos, e intentaré hacerlo lo mejor que pueda. Otra dificultad radica en lo complicado que resulta mostrarse imparcial en este asunto. De nuevo: me gustan los retos, e intentaré hacerlo lo mejor que pueda. Las guerras son precisamente eso, guerras, y al final son los civiles de ambos contingentes los que sufren las consecuencias.

Antes de entrar en materia, definamos un término esencial: sionismo.

Es bastante común confundir los términos “semita” y “sionista”. Es curioso, puesto que designan dos conceptos totalmente distintos. Los semitas son todos aquellos que hablan una lengua semítica, como el hebreo, pero también el árabe. Es como si dijéramos que los españoles, franceses e italianos somos “románicos” y los daneses y alemanes “germánicos”. ¿Por qué se habla entonces de antisemitismo para referirse al odio hacia los judíos? Pues, seguramente, porque alguien en su momento no atendió en la escuela y el resto le siguieron la bola. Hoy en día se recomienda utilizar el término “antijudaísmo” y hablar de “antisemitismo” exclusivamente para referirse al holocausto. Que no se diga que no aprendéis cosas, ¿eh?

Un mapa mental vale más que mil palabras


Rebobinemos. Sionismo. Los judíos llevaban milenios sufriendo en sus propias carnes la discriminación por motivos religiosos y anhelando “la Tierra Prometida”. Tantas veces habían sido expulsados de un territorio (Babilonia, España, Rusia…) que encajaban a la perfección dentro del término “diáspora”. Una diáspora es un fenómeno sociológico y geográfico por el que un pueblo o una etnia no cuenta con un territorio físico concreto, sino que está dispersa por el mundo, formando pequeñas comunidades. Españoles por el Mundo, pero a lo bestia. A finales del siglo XIX, el odio hacia los judíos era tan patente (tanto como para provocar una crisis judicial en Francia denominada ¨Caso Dreyfus”), que un señor llamado Theodor Herzl escribió un manifiesto. Según él, su pueblo tenía que dejar de asimilarse en otras culturas y formar, por fin, su estado propio. Ese movimiento fue el origen del sionismo. Al principio, a ojos de muchos, Herzl no era más que un idealista que quería construir castillos en el aire. Sin embargo, poco a poco se fue ganando adeptos que apoyaron sus ideas de forma incondicional, tanto que la construcción de un estado israelí ya no parecía una utopía. A partir de entonces, Herzl se dedicó a viajar por distintos países para conseguir apoyo internacional. A pesar de que en un primer momento consideró Argentina como un posible huésped, el buen hombre terminó decidiéndose por la península del Sinaí, que se encontraba dentro del Imperio Otomano (también conocidos como “los turcos”). Amparados por el movimiento sionista, laico en sus orígenes, un número considerable de judíos hicieron las maletas y se plantaron en la Tierra Prometida.  De nuevo, la historia nos demuestra que una mera decisión es determinante para el futuro de las naciones, y a veces me pregunto qué habría pasado si se hubieran dirigido al Cono Sur.

Este señor de aquí es Theodor Herzl...
... y la mancha verde es el Imperio Otomano en 1914

Y llegó la I Guerra Mundial…

…y a los otomanos no les fue muy bien. Vamos, que perdieron sus territorios. Como consecuencia, el Reino Unido proclamó el Mandato Británico de Palestina, en el que la inmensa mayoría de habitantes eran árabes musulmanes. A pesar de que los británicos contribuyeron enormemente a la mejora de las condiciones de los habitantes, fueron un poco “traperos” en el tema de los acuerdos internacionales: por un lado, prometieron a los árabes que podrían formar un gran Estado árabe unido en Oriente medio en cuanto el país estuviera preparado para manejarse por sí solo. Por el otro, habían ratificado la Declaración Balfour, por la que se fomentaría la creación del Estado judío en el territorio palestino. Con una condición: que no se hiciera “nada que pudiera perjudicar los derechos civiles y religiosos de las comunidades no judías existentes en Palestina ni los derechos y el estatuto político de que gozasen los judíos en cualquier otro país”. Un bonito juego a dos bandas.
Podéis leer la traducción de la Declaración Balfour aquí.


Con el establecimiento del Mandato comenzaron a llegar olas de inmigrantes judíos, que, para variar, sufrían la ira racista de sus países de origen. Al principio, la mayoría árabe no se mostró especialmente contrariada, pero con el paso de los años (o quizá meses), empezaron a verle las orejas al lobo. Tanta gente llegaba que los nativos comenzaron a revelarse, y la situación a principios de los años treinta terminó siendo insostenible. El gobierno del Mandato se decidió a restringir la inmigración con cupos, pero los judíos siguieron llegando en masa, sobre todo teniendo en cuenta el inminente ascenso de los movimientos fascistas. Y claro, la Declaración Balfour no era muy concisa que digamos, y daba lugar a diversas interpretaciones. ¿Cómo podían hablar de "los límites de Palestina", si estos todavía no estaban delimitados? ¿A qué se refieren con “perjudicar los derechos de las comunidades no judías”?

Mandatos británicos y franceses
Me encantan las fotos viejunas <3 

Los años siguientes transcurrieron en medio de un clima de hostilidades que fue en aumento con el paso del tiempo, dando lugar, entre 1936 y 1939, a la “Gran Revuelta Árabe". Llegó un momento, en 1947, en el que se hizo patente que, en aquellas circunstancias, ambos pueblos simplemente no podían vivir en paz. No quedó otra opción que promover una intervención internacional. La ONU creó en verano de ese año una comisión especial para ocuparse del tema, y esta presentó dos posibles soluciones: A) se creaban dos estados independientes en ese territorio y dejaban a Jerusalén bajo supervisión internacional durante una temporada, B) conseguían de algún modo que ambos pueblos viviesen en amor y compañía y dejaran de odiarse (así, de un día para otro). La votación por lo primero fue aplastante, por lo que la comisión presentó dicha propuesta ante la Asamblea de Naciones (jefes jefazos del orden mundial) para someterla a votación. La verdad es que presentaron una partición del territorio bastante curiosa, y que no beneficiaba en absoluto a los palestinos, pues los judíos se quedaban con una porción de territorio mayor a pesar de seguir siendo inferiores en número. Como diría mi madre: además de cornudos, apaleados. 



El problema de estas votaciones internacionales vinculantes es que hay demasiados intereses ocultos que impiden a los políticos pensar en una solución justa con toda sensatez. Las alianzas entre países quedaron muy patentes en la postguerra (estamos hablando del año 1947), y aquello no ayudó en absoluto a una palestina que no obtuvo más apoyos que los de los otros estados musulmanes, con alguna excepción. Como se puede esperar, los habitantes originarios del no-estado se sintieron amenazados.

En verde, los países que votaron a favor. En marrón, los que votaron en contra. En amarillo los que se abstuvieron. El resto ni pintó ni coloreó.


El Reino Unido se comprometió a que la Resolución 181, que así se llamó al plan de repartición de Palestina, entrase en vigor el mismo día que el Mandato Británico llegara a su fin, y así lo hizo. Habían pasado seis meses desde la votación de la Resolución y, durante todo ese tiempo, la Liga Árabe estuvo amenazando con responder de forma armada si el plan se hacía efectivo. El 14 de mayo se proclamó el Estado de Israel; el 15 se fueron los ingleses y esa misma noche el ejército egipcio cruzó la frontera, dando comienzo a la Guerra de la lndependencia. Esta terminó el 7 de enero del año siguiente con la victoria absoluta de Israel, que aumentó su territorio en un 23%. La ONU firmó la Resolución 194, por la que los numerosos palestinos que se habían refugiado en otros países podían volver a su tierra o recibir una compensación económica si decidían quedarse en su nuevo destino. Suena muy bonito y condescendiente, pero resulta que la Resolución 194 fue la primera de muchas, todas ellas redactadas con el propósito de proteger los derechos de la población palestina. Huelga decir que estas resoluciones, a dia de hoy, no se respetan. Pero eso forma parte de la segunda parte de la historia. To be continued

sábado, 10 de noviembre de 2012

Todo lo que siempre quisiste saber sobre el muro de Berlín y nunca te atreviste a preguntar


Vale: imaginaos que hoy no es 10 de noviembre (o cualquier otro día), sino 9. ¿Ya? Ale, ya podéis leer.

Un día como hoy, hace 23 años, un pueblo exultante tiró abajo algo más que unos paneles de hormigón. Aquel 9 de noviembre, el mundo asistió atónito a los últimos resquicios del comunismo y compartió la alegría de todos aquellos que cruzaban la misma línea divisoria que había separado irremediablemente a familias y amigos; una línea que algunos afortunados lograron cruzar, pese a que otros tantos perecieran en el intento.  El 9 de noviembre de 1989 cayó el muro de Berlín.





Desde pequeña, la historia contemporánea me ha fascinado. No sabría decir por qué, pero en clase me aburría soberanamente con las historias de caballeros, nobles, reyes y batallas, mientras que el mero hecho de escuchar nombrar a Bismarck ya despertaba mi curiosidad y me impedía seguir garabateando el libro de texto. Pero el día definitivo fue cuando por fin visité Berlín y se cumplieron las profecías (incluidas las de Sandro Rey): la ciudad ejerció su magia y se convirtió, automáticamente, en mi sitio favorito del mundo mundial. Y es que da igual el tipo de persona que seas: Berlín siempre tendrá algo que te encandile. Tras este espacio subvencionado por la Oficina de Turismo de Alemania, entro al trapo. A continuación: todo lo que siempre quisiste saber sobre el Muro de Berlín y nunca te atreviste a preguntar (o no, pero simplemente no tienes nada mejor que hacer que leer esta entrada).

Huy, ¿hoy es el aniversario de la Caída del Muro? Pues no me he dado ni cuenta, y eso que vivo en Alemania.
Efectivamente: el 9 de noviembre no es fiesta nacional y, de hecho, dista mucho de serlo. No es que los alemanes no celebren la unificación, sino que lo hacen el 3 de octubre, día en el que se hicieron oficiales todos los tratados. Resulta que el 9 del 11 es una fecha de lo más solicitada y, a lo largo de la historia, ha habido overbooking de acontecimientos: sin duda, los más llamativos fueron, por un lado, el intento de golpe de estado perpetrado por Hitler y Erich Ludendorff en 1923 y, por el otro, la famosa Noche de los Cristales Rotos, en la que muchas personas decidieron demostrar por primera vez con hechos concretos su antisemitismo. Multitud de judíos fueron apaleados (algunos hasta la muerte) y ardieron sinagogas y pequeños comercios. Por tanto, se decidió evitar dar pie a situaciones incómodas (o incluso violentas) en años posteriores obviando por completo la fecha. Con una excepción: el XX aniversario de la caída del muro.

¿Por qué se dividió Alemania?
Tras la guerra, el país quedó dividido en cuatro sectores: el británico en el Norte, el francés en el Sur, el soviético en el Este y el americano, como siempre, en medio de todo el cotarro. Y llegó la duda:

-Segnorés, hemos desididó que beglín tiené que pegteneser a la France.
-Para el carro. ¡No he hecho cruzar el maldito Atlántico a mis mejores hombres para renunciar a esa maldita ciudad!
-Con el debido respeto, Milord, creo que este tema necesita aclararse ipso facto. Bueno, tras la hora del té.
-Niet.

La solución a un problema de tales dimensiones no fue otra que dividir la ciudad en cuatro sectores. Todo un programa de inmersión lingüística, vamos. Unos pocos años después, los yankies, los gabachos y los horteras británicos decidieron que el país estaba listo para manejarse por sí solo (con supervisión, a lo Afganistán), pero los cosacos le habían cogido el gusto a las Bratwürst y al Glühwein y, de nuevo, dijeron que niet del peluquín, que ellos no se iban, que en Moscú hacía mucho frío en invierno y allí sólo 15 grados bajo cero.

Alemania dividida...

...y Berlín dividido


¿Y entonces levantaron un muro?
No, todavía no. Primero se estipularon las fronteras y, en 1949, el país se dividió definitivamente en dos: la República Federal de Alemania (RFA en el papel de “malditos capitalistas”) y la República Democrática de Alemania (RDA haciendo las veces de “el enemigo comunista”). Al principio los controles no eran demasiado estrictos, hecho que dio lugar a una ola de inmigración masiva. Poco a poco, el paso hacia el otro lado se fue regulando por medio de permisos, algo así como visados, cuya expedición terminó siendo cuanto menos fortuita. Sin embargo, los habitantes de Berlín podían moverse por la ciudad con bastante libertad. Conclusión: “¡vámonos Berlín, Pepe! Que desde allí nos cogemos un avión y en cuestión de menos de una hora nos plantamos en la otra Alemania”. Hay que tener en cuenta que, como siempre sucede a la hora de trazar fronteras, a los dirigentes no les importó que la vecina del pueblo de al lado a la que el ciudadano X le compraba los huevos (y a la que, de paso, cortejaba) ahora tuviese pasaporte extranjero, o que la abuela ya no pudiera ir a diario a ver a sus nietos porque, literalmente, se encontraban en territorio enemigo. Porque sí, la RDA era considerada como el territorio enemigo en la fiesta que se estaba liando ahí afuera: la Guerra Fría. Es fundamental tener eso en cuenta para entender uno de los motivos por los que Alemania Occidental creció de manera tan espectacular tras perder una guerra por segunda vez consecutiva: Estados Unidos subvencionó el país en gran medida mediante el Plan Marshall con el fin de fortalecer la frontera y bloquear un presunto avance socialista. No son listos ni los americanos.

Y entonces construyeron el muro, ¿no?
Pues sí; al Partido Socialista Unificado de Alemania no le gustó nada de nada eso de que la gente se fuera para el otro lado, sobre todo los estudiantes y trabajadores especializados. Sólo quedaba una solución: evitar por todo los medios el acceso a Berlín Occidental. Y vaya si lo consiguieron. La mañana del 13 de agosto, los berlineses se encontraron con una sorpresa de lo más desagradable: un muro de hormigón que llegaría a tener una longitud de 120 km. Familias y amigos separados, personas que no podían acceder a sus puestos de trabajo e individuos que, por casualidad, esa noche se encontraban en el otro lado y ya no pudieron regresar a sus casas. Como te lo cuento.


Poco a poco, la frontera se fue haciendo más y más sofisticada.


¿Y no se podía pasar de un lado para otro bajo ningún concepto?
En principio no, aunque hubo algunas excepciones, y siempre de occidente a oriente. Berlín occidental estaba conectado con el resto de la RFA mediante líneas de transporte y una maravillosa autopista, por lo que la ciudad no estaba en absoluto aislada. Y así se mantuvieron las cosas hasta 1989. Por supuesto, hubo gente que consiguió escapar (en globo, cavando un túnel, escondidos en coches)...

Conrad Schuhmann, soldado que aprovechó la primera de cambio para escapar de Berlín Oriental.


¿Qué llevó a la caída del muro y a la unificación de Alemania?
El régimen comunista estaba ya en sus últimas, y comenzaba a surgir un atisbo de esperanza. En ciudades como Leipzig, todos los lunes se convocaban manifestaciones multitudinarias que no exigían la caída del régimen directamente, sino mejores condiciones y libertades (sobre todo lo segundo). A partir de 1988, países como Polonia o Hungría vivieron una transición pacífica y memorable hacia la democracia, por lo que era cuestión de tiempo que el resto de miembros de la URSS siguieran sus pasos. En septiembre de 1989, cientos de personas se hacinaron en la embajada de la RFA en Praga y allí acamparon hasta que se les concedió un pasaporte hacia la libertad. Finalmente, el 8 de noviembre se decretó el libre tránsito de ciudadanos entre las dos Alemanias. Y eso sí que fue una fiesta. La alegría colectiva inundó la ciudad, en la que se festejó sin descanso. Aquellos que, por extraños motivos, durmieron cual angelitos se levantaron para ir a trabajar a la mañana siguiente y se encontraron con todo el percal. La pesadilla había terminado.

Hungría abrió sus fronteras durante unas pocas horas algunos meses antes, mientras cientos de personas "se reunían en un picnic colectivo". Ni en las  rebajas, oiga. Más info aquí.
<3


¿Cómo fue el proceso de adaptación de los ciudadanos que habían vivido en la RDA?
Pues duro. Hay que tener en cuenta que habían pasado nada más y nada menos que 40 años, por lo que la mayoría de los ciudadanos había nacido y se había criado en un régimen comunista totalitario, y ahora le tocaba, de buenas a primeras, adaptarse al capitalismo; no sin motivo, algunos padecieron de "Ostalgie" o nostalgia del Este. Hay que puntualizar que no todos los Ossies veían la caída del comunismo con buenos ojos: estaban acostumbrados a un régimen que, pese a todas sus desventajas, contaba con una cifra de desempleo simbólica y ofrecía a sus mujeres una posibilidad de emancipación considerablemente mayor. De hecho, aquellas personas tuvieron que cambiar por completo sus costumbres y formas de vida, puesto que de repente el único sistema válido era el de la RFA y todo tenía que funcionar en consonancia con este. Vaya, que no dieron su brazo a torcer. Por ejemplo, se planteó un problema bastante peliagudo: ¿qué hacemos con los jueces y abogados que se han formado en el seno de un sistema totalitario? ¿Cómo podemos estar seguros de que sus decisiones y prácticas son conformes a derecho? Poco a poco, y con la colaboración activa de todos y cada uno de los ciudadanos (o eso dicen ellos), se consiguió que de ambos países surgiera uno en plena armonía.

Bueno, pues hasta aquí puedo leer. Espero que os haya parecido interesante; a mí, desde luego, me parece un tema increíble que bajo ningún concepto se puede resumir en 4 páginas de Word. En realidad esta semana, en clase de alemán, nos hemos dedicado bastante a documentarnos y hablar sobre el tema, películas y vídeos de archivo incluidos. Tengo la suerte de que mi profesor es uno de esos afortunados que saben de todo y que consiguen atrapar al oyente cuando cuentan sus historias y vivencias. Por ello, si tenéis alguna duda en concreto, no dudéis en preguntar: se la haré llevar e intentaré transmitir su respuesta de la mejor forma posible. Si no, podéis ver la mini serie Deckname Luna, en la que se muestra la historia con bastante precisión, según dicen (todavía no he tenido tiempo de verla, pero sé que está en Youtube). En la página de la serie se puede ver una cronología de los hechos bastante interesante, con videos que, aunque estén en alemán, muestran escenas originales de la época.
¡Hasta otra!

sábado, 3 de noviembre de 2012

Gustos y disgustos alemanes, Vol. 1

¡Hola a todos!

Sí, lo sé, tengo esto un poco abandonado... pero estas últimas semanas han sido kaotisch (mi nueva palabra favorita en alemán. Bueno, en realidad esa es la segunda; la primera es katastrophe, pero no era plan de ponernos sensacionalistas, que bastante amarillismo hemos tenido ya con el Madrid Arena y con Sandy).

No he podido evitarlo... ¡Me encanta!


Precisamente de eso, de gustos y disgustos, quería escribir hoy. Ya llevo poco más de dos meses aquí, y puedo decir que hay cosas que me gustan mucho de Alemania, pero también otras que no tanto. A ver: ¿por dónde empezamos? Creo que lo mejor será utilizar la técnica del ping-pong.

Cosas que me gustan de Alemania #1: los taxistas

Me pirran los taxistas de Frankfurt. En realidad, el gremio de taxistas siempre me ha parecido muy curioso (y por mucho que le pueda pesar a quien me acompañe en el trayecto, existe una fuerza sobrenatural que me obliga a hablar con todo taxista que me lleve a casa, independientemente de la cadena de radio que escuche). También es cierto que esa fuerza sobrenatural suele ser proporcional a lo que haya dado de sí la noche, todo hay que decirlo. Pero es que en Frankfurt la cosa es todavía más especial. Me explico: cerrad los ojos e intentad pensar en el país más remoto del mundo. Ese con el que os topáis por casualidad intentando encontrar España en un formulario. Inmediatamente pensáis que tiene que ser una broma, que no es posible que alguien viva en un sitio que ni siquiera se puede pronunciar. Pues en Frankfurt hay un taxista, como mínimo, que proviene de allí. Claro, lo que yo no sabía (y de lo que gracias a un amable taxista de blablakistán me enteré), es que aquí eso de que una señorita con acento extranjero se ponga a hablar con el taxista, así porque sí, da a entender otras intenciones. Glups. Si es que es en los taxis donde se aprende de la vida, que os lo tengo dicho.

Los taxistas pueden venir de lugares tan remotos como Sisante, Cuenca.


Cosas que no me gustan de Alemania #1: lo eficaces que se creen los alemanes

Había una vez una joven e indefensa española que todo cuanto quería era abrirse una cuenta en Alemania nada más llegar al país para no repetir la horrible experiencia que tuvo en Dinamarca unos años antes con la tarjeta de su país. Buscó las palabras necesarias en el diccionario para enfrentarse al malévolo director de la sucursal (que resultó ser un adorable y apuesto joven) y, en consonancia con la archiconocida efectividad alemana, abrió su cuenta en tan sólo 5 minutos. ¡Qué alegre se puso la españolita cuando el simpático director de la sucursal le dijo que en 5 días recibiría la tarjeta en su domicilio! "Desde luego, sí que son eficaces estos Alemanes", pensó. Pero la alegría se fue desvaneciendo de su rostro según iba tachando casillas en el calendario. Bien es cierto que, una semana más tarde, recibió un gran sobre procedente de la entidad bancaria, que resultó contener DE TODO, menos una tarjeta. Quiero precisar que, con "DE TODO", me refiero a que servidora puede pedir una hipoteca en Alemania, enviar cartas con sobres que ya tienen su dirección impresa en el remite y otras tantas cosas cuyo propósito, a día de hoy, aún no he descubierto. Pero ni rastro de la tarjeta. Siete semanas más tarde (sí, siete), tras haber recibido dos tarjetas que no se correspondían con sus respectivos códigos y haber visitado al apuesto caballero tantas veces que ya se tuteaban, la niña cerró la cuenta enfadada, no sin antes espetarle al encargado que "los bancos españoles estarán en bancarrota, pero por lo menos le mandan a uno una tarjeta a tiempo". Al buen hombre no se le borró la sonrisa empática (porque, eso sí, majetes son), le devolvió a la niña todo su dinero, y ella se fue a casa cantando. Desde entonces duerme con un cuchillo bajo la almohada, por si las moscas.

Ese tierno cuento es sólo un ejemplo de unas tantas situaciones de "vuelva usted mañana" que he vivido hasta ahora. Entro en un establecimiento, me dicen que lo sienten mucho (educados también son), pero que no tienen todavía lo que me habían prometido que tendrían. Salgo por la puerta resignada y vuelvo a pedir un aval para pagar el metro de vuelta. Lo bueno: no me pilla de sorpresa, porque siento repetiros que "Spain is not different", por mucho que os pese.

Cosas que me gustan de Alemania #2: la actitud de los frankfurtianos para con los extranjeros 

A la gente no le suele gustar la ciudad, pues, de buenas a primeras, parece que no tiene mucho que ofrecer. La verdad es que yo opino lo contrario. Es cierto que "Bankfurt" no es el paradigma de la arquitectura, ni tiene los canales más bonitos del mundo. Es impresionante ver la maqueta que muestra la ciudad tras la guerra, puesto que tan sólo quedó en pie un 20% de la que había sido una de las ciudades más importantes de la Europa medieval. Pudieron haberla levantado de nuevo imitando la apariencia anterior, como hicieron con la imponente Dresden, pero aquí decidieron dar un giro de 39423490089 grados y construir una ciudad financiera y cosmopolita. Lo consiguieron, y ahí es donde reside el encanto de Frankfurt.

Frankfurt, 1945

Encuentra las 7 diferencias.
 No tengo claro el porcentaje de extranjeros que viven aquí, pero lo que sí que noto es que cualquier persona, independiente del color de piel o vestimenta, pasa totalmente desapercibida. Me da la impresión de que los nativos llevan con orgullo esa insignia de tolerancia (me enteré el otro día de que ciertos Bundesländer tienen bastante fama de racistas) y, por eso, salir a tomar unas cervezas es toda una experiencia. Te miran desde lejos primero, con curiosidad. Luego llega la segunda fase: se acercan tímidos y comienzan el juego de "a que adivino de dónde eres". Yo soy relativamente fácil, pues, por mucho que me pese, la apariencia y el acento me delatan enseguida, pero otros compañeros pueden "esconder" muy bien su nacionalidad (ni os imagináis lo poco iraní que puede llegar a parecer un iraní). Y ya está, todo fluye: "que sí yo he estado en España", "sí, exacto, en Mallorca, ¿cómo lo has sabido?", "Aprendí español en el colegio: dos zzzervezzzas, por fafor" y según pasa el rato, la conversación se hace más amena. Llega la hora de irse y uno se despide de su compañero de cháchara. Fin de la noche. Bueno, fin de la noche no: todavía me queda el taxista.

Cosas que no me gustan de Alemania #2: la televisión

¿Os creíais que la tele basura era cosa de Berlusconi y Tele 5? Ilusos... Aquí también hay Hermano Mayor y otras perlas del estilo, aunque el concepto de "choni" es bastante distinto. Pero lo hay, que es lo que importa. Cuando no hay telebasura, hay debates políticos en los que la izquierda y la derecha no se chillan ni se reprochan cosas. Que vale, me niego a ver telebasura, pero un poco de acción y vidilla en los debates tampoco está de más... A veces uno tiene suerte y encuentra con una película sin anuncios (punto positivo) o una serie americana, aunque no termino de acostumbrarme al doblaje alemán. Pero bueno, God Save Saturn, que me proporciona temporadas enteras de series por el módico precio de 10 euros, las cuales puedo ver en Alemán, cuando quiero hacer oído, o en inglés, cuando quiero descansar un poco del tonillo chillón de las actrices de doblaje alemanas. Eso sí, los niños son niños actores, cosa que a Vicente Pascual le llenará de orgullo y satisfacción saber. Por el contrario, he descubierto que la radio de aquí es bastante molona, así que he retrocedido algunas décadas y ahora parezco una abuela que escucha la radionovela mientras hace punto de cruz, aunque, en mi caso, en vez de hacer punto de cruz crucifico los verbos irregulares. [Aprovecho para aconsejar a todos aquellos que estudien alemán a darse una vuelta por hr-online.de, la radio de Hessen, con todo tipo de emisoras. Truco: Hr1 = Kiss Fm; Hr2 Kultur = Radio 3; Hr info = RNE noticias; You Fm = 40 Principales. At your disposal :) ]

En fin, aquí un pequeño adelanto de algunos "gustos y disgustos". Ahora he empezado una nueva etapa, la de intentar encontrar unas prácticas de lo mío. Espero que en la próxima entrega sobre la apasionante situación de buscar un trabajo me traiga muchos "gustos" y muy pocos o ningún "disgusto". Os mantendré informados :)

¡Hasta pronto!