Éste en concreto lo leí por casualidad el otro día y me puso un poco "morriñosa". Me sentí bastante identificada con muchas frases de la autora, Chelsea Fagan, quizá no tanto por el hecho de vivir en el extranjero, sino por haber pasado ya una buena parte de mi vida fuera de casa. En fin, cualquier comentario será bien recibido, como siempre
Y esto es lo que ocurre cuando vives en el extranjero
Original: What Happens When You Live Abroad
Un rasgo bastante inequívoco de los extranjeros es lo fácil
que resulta encontrarlos apiñados en bares y restaurantes, sumidos en
conversaciones que no solo versan sobre sus países de origen, sino también sobre
la experiencia que supone abandonar el hogar. Pero, por raro que pueda parecer,
los miembros de estos grupos de expatriados no necesariamente proceden de la
misma tierra: a menudo, la mera experiencia de intercambiar países y culturas
basta para crear un vínculo entre ellos y asentar los cimientos de una amistad.
Cuando todavía vivía en Estados Unidos, llegué a conocer a un buen puñado de
expatriados que habían pasado más o menos tiempo en mi país. Por ello, me
resulta reconfortante observar que aquí, en Europa, las barras de bar
“extranjeras” están igual de extendidas y repletas de las mismas conversaciones
cálidas y con aires de nostalgia.
Pero hay un sentimiento que, sin lugar a dudas, coexiste
entre nosotros y merodea tácitamente cada vez que nos reunimos: el miedo.
Existe un miedo palpable a vivir en un nuevo país; un temor que, si bien se
presenta con más intensidad durante los primeros meses (o incluso el primer año)
de nuestra estancia, jamás se evapora con el paso del tiempo. Tus inquietudes, que
en un primer momento se concentraron en cuestiones tales como hacer nuevos
amigos, adaptarte o dominar los pequeños matices del idioma, han pasado a
manifestarse en una única y recurrente pregunta: “¿qué me estaré perdiendo?”. El
tiempo corre según te vas asentando en tu nuevo país y en tu nueva vida, y dejas
de preguntarte cuánto llevas en tu entorno actual para pasar a referirte al
tiempo que ha pasado desde que te has ido. Ahí es cuando te das cuenta de que la
vida en tu hogar ha seguido su curso sin ti. La gente ha crecido, se ha mudado,
se ha casado, ha cambiado por completo… exactamente igual que tú.
Resulta complicado negar que vivir en un
país distinto, con su respectivo idioma, te cambia de forma radical. Es como si
distintos aspectos de tu personalidad salieran a la superficie y, a mayores,
empezases a hacer tuyos atributos, gestos y opiniones de las nuevas personas que
ahora te rodean. ¡Que conste que no hay nada malo en todo esto! De hecho, suele
ser uno de los motivos por los que abandonaste el primer lugar. Querías desarrollarte, cambiar algo de
ti, forzarte a pasar por una situación insólita y difícil que te obligase a
comenzar una nueva etapa de tu vida.
Y es que lo que muchos de nosotros queremos al abandonar
nuestros países de origen no es sino escapar de nosotros mismos. Acumulamos
descomunales redes de contactos, bares y cafeterías, discusiones y ex parejas…
y, a la vez, permanecemos en los mismos cinco sitios una y otra vez; sitios en
los que nos sentimos atrapados. Por decirlo de algún modo: en tu vida ha habido
tantos puentes que se han quemado, tantas relaciones amorosas que han culminado
en algo feo y amargo, tantos restaurantes en los que ya has comido todo lo que
ofrecían en el menú como mínimo diez veces… que el único modo de escapar y hacer borrón y
cuenta nueva es partir hacia un lugar en el que nadie sabe quién fuiste ni te
lo va a preguntar. Esa sensación de poder ser quien tú quieras sin necesidad de
llevar a rastras el bagaje del pasado resulta estimulante y revitalizante hasta
límites insospechados. Sin embargo, al mismo tiempo caes en la cuenta de la
enorme presencia que tiene esa parte de “ti” que tan solo es fruto de una
situación geográfica concreta.
Te paseas solo, vas a cenar a restaurantes en los que te
sientas en mesas para uno (quizá con un libro, o quizá no)… Durante horas, días
incluso, estás solo; únicamente te acompañan tus pensamientos. Comienzas a
hablar contigo mismo, a hacerte preguntas, responderlas y a regodearte como
nunca antes con las acciones más cotidianas del día a día. Cuando te encuentras
completamente solo en un lugar nuevo, emocionante y con el extra del idioma
desconocido, algo tan simple como hacer la compra se convierte en una tarea fascinante. El hecho de tener que empezar desde cero y reconstruirlo todo o de volver a
aprender a vivir y a llevar a cabo las tareas más normales como si fueras un niño te provoca un cambio extremo. Sí, es cierto, el país y su gente
ejercerán su propio efecto a la hora de definir quién eres y cómo piensas, pero
poco hay más profundo que verse obligado a empezar desde el principio y confiar
en uno mismo para construir toda una nueva vida. Todavía no conozco a nadie que
no se haya relajado tras haber vivido una experiencia de ese calibre. Cuando te
mudas a ese nuevo lugar y comienzas desde el principio, adquieres un cierto
nivel de comodidad y confianza contigo mismo, igual que la seguridad de que,
pase lo que pase en el resto de tu vida, por lo menos una vez ya fuiste capaz
de pegar el salto y caer de pie.
Pero claro, están los miedos. Y sí, la vida ha seguido su
curso sin ti. Y cuanto más tiempo permanezcas en tu nuevo hogar, más
pronunciados serán todos esos cambios. Vacaciones, cumpleaños, bodas… cada
acontecimiento que te has perdido se convierte de repente en una cruz que
marcas en un papel de longitud interminable. Llega el día en el que te da por
echar la vista atrás y caes en la cuenta de la inmensa cantidad de cosas que
han ocurrido. Cada vez se te hace más arduo mantener conversaciones con algunas
de aquellas personas a quienes solías considerar tus mejores amigos, y las
gracias internas te resultan totalmente ajenas. Ahora eres extranjero. Hay
personas que pasan tantísimo tiempo fuera que no son capaces de regresar jamás.
Todos conocemos a ese expatriado que se ha tirado treinta años en su “nuevo”
hogar y que, por ello, da la impresión de haber sustituido todas aquellas
primaveras ausentes por una inmersión íntegra e impetuosa en su “actual” territorio.
Es cierto que, en teoría, son inmigrantes, pues su partida de nacimiento los
situaría en otro punto del planeta. Sin embargo, es obvio que serían
incapaces de juntar todas las piezas que integraron las vidas en sus países, como quiera que éstas fueran. Ya no son quienes eran, y tú mismo caes en la cuenta
de que, cada día, te vas convirtiendo poquito a poco en uno de ellos, por mucho
que no quieras.
Así que contemplas tu vida y los dos territorios en los que
ésta se desarrolla, y comprendes que, en realidad, no eres una, sino dos
personas independientes. En el momento en que tus dos países representen
distintas partes de ti y las satisfagan, hayas formado unos lazos
inquebrantables con gente a la que quieres en ambos sitios o consideres que tu
hogar son los dos estados por igual, estarás dividido en dos. Te tirarás el
resto de tu vida (o, al menos, eso es lo que parece) anclado en un sitio y, al
mismo tiempo, anhelando estar en el otro, contando los días hasta que puedas regresar
y volver a ser la persona que solías ser allí durante al menos unas semanas. Y
es que cuesta tanto forjarse una nueva vida en un nuevo lugar que ésta no puede
morir sin más por el mero hecho de desplazarse a otro punto a varios husos
horarios de distancia. No van a dejar de importarte todas aquellas personas que
te introdujeron en su país y se convirtieron en tu familia cuando estés lejos.
Cuando vives en el extranjero te das cuenta de que, donde
quiera que estés, siempre serás un expatriado. Siempre existirá una parte en ti
que está lejos de su hogar y que se encuentra en estado de letargo hasta que,
por fin, puede respirar y vivir a todo color cuando regresa al país al que
pertenece. Vivir en un entorno nuevo es algo hermoso, emocionante y que, a
mayores, te demuestra que puedes ser quien tú quieras ser y con tus propias condiciones. Del mismo modo, puede obsequiarte con aspectos como la libertad,
la oportunidad de comenzar de nuevo, la curiosidad y la emoción. Pero claro,
subirte al carro de empezar desde el principio también tiene un precio: no
puedes estar en dos lugares al mismo tiempo, por lo que, a partir de ese mismo
instante, te pasarás algunas noches en vela pensando en todo lo que estas
perdiendo en tu lugar de origen.