sábado, 23 de febrero de 2013

Guía para trabajar en Alemania


Alemania, la tierra prometida. Cada vez más jóvenes y no tan jóvenes llenan su maleta de impulso aventurero [sic] y emprenden un viaje que vete a saber tú cómo termina. En mi caso, puedo dividir mi estancia en Alemania en dos periodos fácilmente distinguibles por una nimia e insignificante frontera: la del estudio y la del trabajo. Durante mi primera etapa, que terminó oficialmente el 19 de diciembre, me dediqué a observar costumbres y perfeccionar el idioma. Sin embargo, es ahora cuando me doy cuenta de que más bien me dediqué a lo segundo y tan sólo introduje un poco la cabeza en lo primero. Ahora bien, el 14 de enero comenzó la parte “divertida” de esta experiencia en el extranjero, sobre todo cuando recibes cada mes una raquítica nómina. Trabajar, lo que se dice trabajar, nunca había trabajado. Había echado una mano alguna vez, puesto un par de copas de vez en cuando (y tirado al suelo otras tantas) y me había enfundado en mis mejores y únicos tacones para prometerme a mí misma, apenas pocas horas después, que jamás de los jamases volvería a ser mujer florero. Pero ahora estoy aquí, en la impronunciable Mönchengladbach (AKA Monchenshore para las amigas --véase nota al pie 1--, AKA “¡Ah! ¡Donde juega el Borussia!” para los amigos) para trabajar por primera vez (y ¡por Tutatis! que no sea la última) en el mundo de la traducción.


He tenido que poner la imagen en tamaño "extra grande" para que se distinga bien la metrópolis en la que vivo.

¡Ay! Tengo tantas cosas que decir, que no sé por dónde empezar. Hacía mucho que no escribía nada por aquí, quizá por falta de tiempo, quizá por un poco de bendita pereza, quizá porque es cierto eso de que lo mejor para aborrecer un placer es convertirlo en una obligación. Y es que 8 horas al día frente a la pantalla de un ordenador han abierto una brecha en esa preciosa historia de amor, digna de Federico Moccia como mínimo, que teníamos mi portátil y yo. Bueno, me dejo de excusas baratas y entro al lío: ¿qué tal es eso de trabajar en Alemania? (paréntesis: en todo momento hablo de experiencias personales. No pretendo crear un estereotipo ni sentar juicios de valor. Mi empresa es mi empresa y, a pesar de que mi opinión coincide con la de otras personas con las que he hablado, no se puede generalizar y blablablá. No hace falta que siga, ¿no?) [sonido de cinta rebobinándose] Bueno, me dejo de excusas baratas y entro al lío: ¿qué tal es eso de trabajar en Alemania? Pues, ante todo, FRÍO. En serio, ¿qué pasa en este país? Me acuerdo constantemente del famoso dicho castellano: “Valladolid: 9 meses de invierno y 3 de infierno” jajajajaja NO. Que a mí me parece estupendo que seáis tan ecológicos, amigos teutones. Ojalá aprendiésemos de vosotros que las botellas se reciclan, las calles se dejan limpias y que se puede hacer abono con tu propia basura. Pero por lo de que la calefacción es un bien absolutamente superfluo no paso. “Pero si a las 23:00 estamos todos en la cama tapados con mantas y no la necesitamos”. Me da igual. “Pero si estamos cinco trabajadoras en 10 metros cuadrados, nos damos calor humano”. Me da todavía más igual. Frío. En las manos. Y en el cerebro.
El problema es que el frío no es sólo una cuestión del clima, sino también de la mentalidad. Y es que aquí lo de decir las cosas a la cara, como que no se lleva. Tienes una jefa maravillosa que te trae tartas por su cumpleaños, te ríe las gracias y te explica todo con amor el primer día. Pero cuidado: no te dejes seducir. En algún momento te llegará un email explicándote las cosas que has hecho mal, o haciéndote un comentario totalmente inverosímil. No importa que el despacho se encuentre pared con pared: aquí lo de levantarse tampoco está en boga. Tiemblo cada vez que veo un sobrecito en la barra de inicio, que, por desgracia, nada tiene que ver con los de Bárcenas.

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¿El horario de trabajo? Yo entro a las 8:30 en punto y salgo a las 17:00 en punto. Punto. Entre medias, una pausa de treinta minutos y cero segundos para comer. Punto. ¿Y un poquito de siesta para reposar la com..? Punto. Esto, como todo, tiene sus ventajas y sus desventajas. Mejor dicho: tiene sus ventajas si eres alemán y sus desventajas si eres mediterráneo. No está mal lo de salir a las cinco y tener toda la tarde libre para tomarte un cafetito/caña con tapita con los compañeros y criticar al personal, ¿eh? Pues no. Cada uno a su casa, que es casi la hora de cenar con la familia o la pareja, y Blan a la suya, que es hora de… de… ¿de qué? Conclusión: la perfecta separación entre vida laboral y vida personal es estupenda, siempre y cuando tengas vida personal y tu cultura no te tenga acostumbrado a que todo lo interesante empiece a partir de las 9 de la noche.

Una de las cosas que me gusta de la concepción del trabajo en Alemania es la productividad. Sí, esa demagógica palabra con la que se nos crucifica a los europeos del sur en general y a los españoles en particular. Pero es que mucho me temo que, en este aspecto, los germanos nos llevan años luz. Veamos algunos ejemplos: el ordenador es para trabajar y no para jugar. Nada de Facebook; si tus amigos no pueden esperar unas horas a que los contestes, es que no son tus amigos y no te quieren como tú pensabas que te querían. Acéptalo. Si tus animales y plantas de Farmville no pueden aguantar un rato más hasta que los alimentes y riegues, es que no superan las leyes Darwinianas. Sacrifícalos. Si el periódico publica que en un pueblo de Kirguistán están preparando una letal bomba de destrucción masiva, ya te enterarás cuando te llegue la onda expansiva. Morirás igual, hayas leído la primicia o no. Y no, no vale hacer trampas y abrir una pestañita minúscula de estrangis, el Gran Germano lo vigila todo, incluidas las páginas que se visitan desde tu IP y los emails que intercambias con tus compañeros. ¿Eso que tienes en la mano es un teléfono móvil? Espero por tu bien que lo hayas sacado sólo para comprobar que el wifi está desactivado. ¿He dicho ya que hace mucho frío? Pues más que va a hacer, porque las puertas tienen que estar abiertas; que no me entere yo de que haces algo que no tienes que hacer mientras tendrías que estar trabajando. He de confesar que tenemos permitidísimo hablar entre nosotros y esas cosas, pero que las risas no superen X decibelios, por favor. ¡Ah! Tenemos café gratis cuando queramos. En ese aspecto son muy molones.


El caso es que todo esto puede sonar bastante exagerado, pero funciona. En este sentido, soy bastante crítica con el espelde (véase nota al pie 2) de muchos trabajadores españoles (y no miro a nadie, sobre todo a nadie que trabaje en el mostrador en un edificio de una Administración Pública), y creo que es buena idea que se pongan ciertos límites si internet es una de las herramienta de trabajo. Créeme, no van a cambiar los modelos que aparecen en la edición online de Vogue de una hora para otra. Palabrita de Blan.

Otra de las cosas que me sorprendió mucho fue el proceso de selección. Recuerdo que, cuando estudiaba en la UA, un día me desperté con la idea en la cabeza de que me apetecía hacer unas prácticas. A pesar de que el periodo de matriculación estaba más que concluido, hablé con una profesora y, en cuestión de minutos, tenía adjudicadas unas prácticas en el Hospital Universitario de Alicante para marzo y abril. Así de fácil: tanta burocracia para unas cosas y tan poca para otra. Pues bien, el día que hice mi entrevista por teléfono para esta empresa, no me esperaba algo excesivamente distinto. A fin de cuentas, me habían hecho enviarles mi CV, mi carta de presentación, mis notas de la carrera, mis certificados de idiomas, mi certificado de haber hecho prácticas, una carta de recomendación si la tenía a mano, mi talla de sujetador… ¿Qué más querían saber sobre mí? Pues todo. C-U-A-R-E-N-T-A  Y  C-I-N-C-O minutos de entrevista telefónica. Cuesta imaginarse las preguntas que pueden hacerte en cuarenta y cinco minutos cuando tienes la misma experiencia laboral de Paquirrín, pero he de decir que ya estoy preparada para cualquier cosa. Es más: hace poco me llamaron de una academia de idiomas para dar clases de español. No les bastó una entrevista, sino que he tenido que quedar dos días con una profesora para “conversar” y ver cómo me prepararía una clase. No pongo en duda que en Alemania no exista la dedocracia, pero, desde luego, no de forma tan chapucera como en casa.

Así que tú, amigo que te planteas llenar tu maleta de impulso aventurero [sic] y emprender un viaje a Alemania que vete a saber tú cómo termina, permíteme que te dé un consejo: 2000 km de distancia, hoy en día, no son nada en lo que a territorio se refiere, pero son un abismo en mentalidad. Haz un ejercicio en tu mente y olvídate de todas las normas no escritas por las que se rigen los españoles, porque la mayoría de veces no se corresponden a las que consideran lógicas los que viven más allá de los Pirineos. Bueno, mejor dicho: no las olvides, sino más bien déjalas bien guardadas y ordenadas en un cajoncito en tu memoria. De este modo, no te chocará tanto observar lo distintos que son esos pequeños comportamientos y valores cuya universalidad dabas por hecho, pero podrás abrir tu maletín del señor Wallace siempre que lo necesites y recordar lo que te trajiste, compararlo con lo nuevo, decidir con qué cosas te quedas y cuáles ya no te gustan, y volver a casa, cuando quiera que vuelvas, una miajica más sabio.

Próximamente: mi papel como revisora, gestora de proyectos, formateadora, lectora, correctora,  colocadora de muebles becaria en una empresa de traducción en Alemania.
¡Hasta otra!

Notas:
  1. Mis amigas en cuestión son @Marinigc y @Belen_Translate, que dentro de poco tendrán el gusto de conocer el "Teruel alemán".
  2. Me indigna que la palabra "espelde" me aparezca como incorrecta. En serio, que alguien edite un diccionario de salmantino-español pero ya, en el que se incluyan perlas como "mohíno", "fréjoles"como sinónimo de "alubias verdes" y "turruteso" como forma de designar algo con forma de.... pues eso, de turruteso.