lunes, 15 de abril de 2013

Y esto es lo que ocurre cuando vives en el extranjero

A veces me encuentro con textos a golpe de click que, por diversos motivos, me gustaría compartir con el mundo. Por desgracia, no todos están en español, y comprendo que el mundo no tenga ni tiempo ni ganas de ponerse a descifrarlos. Como da la casualidad de que me gusta muy mucho traducir, he decidido publicar de vez en cuando algún artículo, previo consentimiento del autor, por eso de que soy buena persona y quiero facilitaros la vida. Pero no os acostumbréis, mangurrianes, que hay que aprender idiomas para que no llegue el día en el que seáis presidentes de Gobierno y las cámaras os graben diciendo "is very "dificul" todo esto".

Éste en concreto lo leí por casualidad el otro día y me puso un poco "morriñosa". Me sentí bastante identificada con muchas frases de la autora, Chelsea Fagan, quizá no tanto por el hecho de vivir en el extranjero, sino por haber pasado ya una buena parte de mi vida fuera de casa. En fin, cualquier comentario será bien recibido, como siempre que yo no sea objeto de vuestras mordaces críticas.


Y esto es lo que ocurre cuando vives en el extranjero




Un rasgo bastante inequívoco de los extranjeros es lo fácil que resulta encontrarlos apiñados en bares y restaurantes, sumidos en conversaciones que no solo versan sobre sus países de origen, sino también sobre la experiencia que supone abandonar el hogar. Pero, por raro que pueda parecer, los miembros de estos grupos de expatriados no necesariamente proceden de la misma tierra: a menudo, la mera experiencia de intercambiar países y culturas basta para crear un vínculo entre ellos y asentar los cimientos de una amistad. Cuando todavía vivía en Estados Unidos, llegué a conocer a un buen puñado de expatriados que habían pasado más o menos tiempo en mi país. Por ello, me resulta reconfortante observar que aquí, en Europa, las barras de bar “extranjeras” están igual de extendidas y repletas de las mismas conversaciones cálidas y con aires de nostalgia.

Pero hay un sentimiento que, sin lugar a dudas, coexiste entre nosotros y merodea tácitamente cada vez que nos reunimos: el miedo. Existe un miedo palpable a vivir en un nuevo país; un temor que, si bien se presenta con más intensidad durante los primeros meses (o incluso el primer año) de nuestra estancia, jamás se evapora con el paso del tiempo. Tus inquietudes, que en un primer momento se concentraron en cuestiones tales como hacer nuevos amigos, adaptarte o dominar los pequeños matices del idioma, han pasado a manifestarse en una única y recurrente pregunta: “¿qué me estaré perdiendo?”. El tiempo corre según te vas asentando en tu nuevo país y en tu nueva vida, y dejas de preguntarte cuánto llevas en tu entorno actual para pasar a referirte al tiempo que ha pasado desde que te has ido. Ahí es cuando te das cuenta de que la vida en tu hogar ha seguido su curso sin ti. La gente ha crecido, se ha mudado, se ha casado, ha cambiado por completo… exactamente igual que tú.

Resulta complicado negar que vivir en un país distinto, con su respectivo idioma, te cambia de forma radical. Es como si distintos aspectos de tu personalidad salieran a la superficie y, a mayores, empezases a hacer tuyos atributos, gestos y opiniones de las nuevas personas que ahora te rodean. ¡Que conste que no hay nada malo en todo esto! De hecho, suele ser uno de los motivos por los que abandonaste el primer lugar. Querías desarrollarte, cambiar algo de ti, forzarte a pasar por una situación insólita y difícil que te obligase a comenzar una nueva etapa de tu vida.
Y es que lo que muchos de nosotros queremos al abandonar nuestros países de origen no es sino escapar de nosotros mismos. Acumulamos descomunales redes de contactos, bares y cafeterías, discusiones y ex parejas… y, a la vez, permanecemos en los mismos cinco sitios una y otra vez; sitios en los que nos sentimos atrapados. Por decirlo de algún modo: en tu vida ha habido tantos puentes que se han quemado, tantas relaciones amorosas que han culminado en algo feo y amargo, tantos restaurantes en los que ya has comido todo lo que ofrecían en el menú como mínimo diez veces… que el único modo de escapar y hacer borrón y cuenta nueva es partir hacia un lugar en el que nadie sabe quién fuiste ni te lo va a preguntar. Esa sensación de poder ser quien tú quieras sin necesidad de llevar a rastras el bagaje del pasado resulta estimulante y revitalizante hasta límites insospechados. Sin embargo, al mismo tiempo caes en la cuenta de la enorme presencia que tiene esa parte de “ti” que tan solo es fruto de una situación geográfica concreta.

Te paseas solo, vas a cenar a restaurantes en los que te sientas en mesas para uno (quizá con un libro, o quizá no)… Durante horas, días incluso, estás solo; únicamente te acompañan tus pensamientos. Comienzas a hablar contigo mismo, a hacerte preguntas, responderlas y a regodearte como nunca antes con las acciones más cotidianas del día a día. Cuando te encuentras completamente solo en un lugar nuevo, emocionante y con el extra del idioma desconocido, algo tan simple como hacer la compra se convierte en una tarea fascinante. El hecho de tener que empezar desde cero y reconstruirlo todo o de volver a aprender a vivir y a llevar a cabo las tareas más normales como si fueras un niño te provoca un cambio extremo. Sí, es cierto, el país y su gente ejercerán su propio efecto a la hora de definir quién eres y cómo piensas, pero poco hay más profundo que verse obligado a empezar desde el principio y confiar en uno mismo para construir toda una nueva vida. Todavía no conozco a nadie que no se haya relajado tras haber vivido una experiencia de ese calibre. Cuando te mudas a ese nuevo lugar y comienzas desde el principio, adquieres un cierto nivel de comodidad y confianza contigo mismo, igual que la seguridad de que, pase lo que pase en el resto de tu vida, por lo menos una vez ya fuiste capaz de pegar el salto y caer de pie.

Pero claro, están los miedos. Y sí, la vida ha seguido su curso sin ti. Y cuanto más tiempo permanezcas en tu nuevo hogar, más pronunciados serán todos esos cambios. Vacaciones, cumpleaños, bodas… cada acontecimiento que te has perdido se convierte de repente en una cruz que marcas en un papel de longitud interminable. Llega el día en el que te da por echar la vista atrás y caes en la cuenta de la inmensa cantidad de cosas que han ocurrido. Cada vez se te hace más arduo mantener conversaciones con algunas de aquellas personas a quienes solías considerar tus mejores amigos, y las gracias internas te resultan totalmente ajenas. Ahora eres extranjero. Hay personas que pasan tantísimo tiempo fuera que no son capaces de regresar jamás. Todos conocemos a ese expatriado que se ha tirado treinta años en su “nuevo” hogar y que, por ello, da la impresión de haber sustituido todas aquellas primaveras ausentes por una inmersión íntegra e impetuosa en su “actual” territorio. Es cierto que, en teoría, son inmigrantes, pues su partida de nacimiento los situaría en otro punto del planeta. Sin embargo, es obvio que serían incapaces de juntar todas las piezas que integraron las vidas en sus países, como quiera que éstas fueran. Ya no son quienes eran, y tú mismo caes en la cuenta de que, cada día, te vas convirtiendo poquito a poco en uno de ellos, por mucho que no quieras.

Así que contemplas tu vida y los dos territorios en los que ésta se desarrolla, y comprendes que, en realidad, no eres una, sino dos personas independientes. En el momento en que tus dos países representen distintas partes de ti y las satisfagan, hayas formado unos lazos inquebrantables con gente a la que quieres en ambos sitios o consideres que tu hogar son los dos estados por igual, estarás dividido en dos. Te tirarás el resto de tu vida (o, al menos, eso es lo que parece) anclado en un sitio y, al mismo tiempo, anhelando estar en el otro, contando los días hasta que puedas regresar y volver a ser la persona que solías ser allí durante al menos unas semanas. Y es que cuesta tanto forjarse una nueva vida en un nuevo lugar que ésta no puede morir sin más por el mero hecho de desplazarse a otro punto a varios husos horarios de distancia. No van a dejar de importarte todas aquellas personas que te introdujeron en su país y se convirtieron en tu familia cuando estés lejos.

Cuando vives en el extranjero te das cuenta de que, donde quiera que estés, siempre serás un expatriado. Siempre existirá una parte en ti que está lejos de su hogar y que se encuentra en estado de letargo hasta que, por fin, puede respirar y vivir a todo color cuando regresa al país al que pertenece. Vivir en un entorno nuevo es algo hermoso, emocionante y que, a mayores, te demuestra que puedes ser quien tú quieras ser y con tus propias condiciones. Del mismo modo, puede obsequiarte con aspectos como la libertad, la oportunidad de comenzar de nuevo, la curiosidad y la emoción. Pero claro, subirte al carro de empezar desde el principio también tiene un precio: no puedes estar en dos lugares al mismo tiempo, por lo que, a partir de ese mismo instante, te pasarás algunas noches en vela pensando en todo lo que estas perdiendo en tu lugar de origen.  


sábado, 23 de febrero de 2013

Guía para trabajar en Alemania


Alemania, la tierra prometida. Cada vez más jóvenes y no tan jóvenes llenan su maleta de impulso aventurero [sic] y emprenden un viaje que vete a saber tú cómo termina. En mi caso, puedo dividir mi estancia en Alemania en dos periodos fácilmente distinguibles por una nimia e insignificante frontera: la del estudio y la del trabajo. Durante mi primera etapa, que terminó oficialmente el 19 de diciembre, me dediqué a observar costumbres y perfeccionar el idioma. Sin embargo, es ahora cuando me doy cuenta de que más bien me dediqué a lo segundo y tan sólo introduje un poco la cabeza en lo primero. Ahora bien, el 14 de enero comenzó la parte “divertida” de esta experiencia en el extranjero, sobre todo cuando recibes cada mes una raquítica nómina. Trabajar, lo que se dice trabajar, nunca había trabajado. Había echado una mano alguna vez, puesto un par de copas de vez en cuando (y tirado al suelo otras tantas) y me había enfundado en mis mejores y únicos tacones para prometerme a mí misma, apenas pocas horas después, que jamás de los jamases volvería a ser mujer florero. Pero ahora estoy aquí, en la impronunciable Mönchengladbach (AKA Monchenshore para las amigas --véase nota al pie 1--, AKA “¡Ah! ¡Donde juega el Borussia!” para los amigos) para trabajar por primera vez (y ¡por Tutatis! que no sea la última) en el mundo de la traducción.


He tenido que poner la imagen en tamaño "extra grande" para que se distinga bien la metrópolis en la que vivo.

¡Ay! Tengo tantas cosas que decir, que no sé por dónde empezar. Hacía mucho que no escribía nada por aquí, quizá por falta de tiempo, quizá por un poco de bendita pereza, quizá porque es cierto eso de que lo mejor para aborrecer un placer es convertirlo en una obligación. Y es que 8 horas al día frente a la pantalla de un ordenador han abierto una brecha en esa preciosa historia de amor, digna de Federico Moccia como mínimo, que teníamos mi portátil y yo. Bueno, me dejo de excusas baratas y entro al lío: ¿qué tal es eso de trabajar en Alemania? (paréntesis: en todo momento hablo de experiencias personales. No pretendo crear un estereotipo ni sentar juicios de valor. Mi empresa es mi empresa y, a pesar de que mi opinión coincide con la de otras personas con las que he hablado, no se puede generalizar y blablablá. No hace falta que siga, ¿no?) [sonido de cinta rebobinándose] Bueno, me dejo de excusas baratas y entro al lío: ¿qué tal es eso de trabajar en Alemania? Pues, ante todo, FRÍO. En serio, ¿qué pasa en este país? Me acuerdo constantemente del famoso dicho castellano: “Valladolid: 9 meses de invierno y 3 de infierno” jajajajaja NO. Que a mí me parece estupendo que seáis tan ecológicos, amigos teutones. Ojalá aprendiésemos de vosotros que las botellas se reciclan, las calles se dejan limpias y que se puede hacer abono con tu propia basura. Pero por lo de que la calefacción es un bien absolutamente superfluo no paso. “Pero si a las 23:00 estamos todos en la cama tapados con mantas y no la necesitamos”. Me da igual. “Pero si estamos cinco trabajadoras en 10 metros cuadrados, nos damos calor humano”. Me da todavía más igual. Frío. En las manos. Y en el cerebro.
El problema es que el frío no es sólo una cuestión del clima, sino también de la mentalidad. Y es que aquí lo de decir las cosas a la cara, como que no se lleva. Tienes una jefa maravillosa que te trae tartas por su cumpleaños, te ríe las gracias y te explica todo con amor el primer día. Pero cuidado: no te dejes seducir. En algún momento te llegará un email explicándote las cosas que has hecho mal, o haciéndote un comentario totalmente inverosímil. No importa que el despacho se encuentre pared con pared: aquí lo de levantarse tampoco está en boga. Tiemblo cada vez que veo un sobrecito en la barra de inicio, que, por desgracia, nada tiene que ver con los de Bárcenas.

Tiene un correo nuevo en su bandeja de entrada


¿El horario de trabajo? Yo entro a las 8:30 en punto y salgo a las 17:00 en punto. Punto. Entre medias, una pausa de treinta minutos y cero segundos para comer. Punto. ¿Y un poquito de siesta para reposar la com..? Punto. Esto, como todo, tiene sus ventajas y sus desventajas. Mejor dicho: tiene sus ventajas si eres alemán y sus desventajas si eres mediterráneo. No está mal lo de salir a las cinco y tener toda la tarde libre para tomarte un cafetito/caña con tapita con los compañeros y criticar al personal, ¿eh? Pues no. Cada uno a su casa, que es casi la hora de cenar con la familia o la pareja, y Blan a la suya, que es hora de… de… ¿de qué? Conclusión: la perfecta separación entre vida laboral y vida personal es estupenda, siempre y cuando tengas vida personal y tu cultura no te tenga acostumbrado a que todo lo interesante empiece a partir de las 9 de la noche.

Una de las cosas que me gusta de la concepción del trabajo en Alemania es la productividad. Sí, esa demagógica palabra con la que se nos crucifica a los europeos del sur en general y a los españoles en particular. Pero es que mucho me temo que, en este aspecto, los germanos nos llevan años luz. Veamos algunos ejemplos: el ordenador es para trabajar y no para jugar. Nada de Facebook; si tus amigos no pueden esperar unas horas a que los contestes, es que no son tus amigos y no te quieren como tú pensabas que te querían. Acéptalo. Si tus animales y plantas de Farmville no pueden aguantar un rato más hasta que los alimentes y riegues, es que no superan las leyes Darwinianas. Sacrifícalos. Si el periódico publica que en un pueblo de Kirguistán están preparando una letal bomba de destrucción masiva, ya te enterarás cuando te llegue la onda expansiva. Morirás igual, hayas leído la primicia o no. Y no, no vale hacer trampas y abrir una pestañita minúscula de estrangis, el Gran Germano lo vigila todo, incluidas las páginas que se visitan desde tu IP y los emails que intercambias con tus compañeros. ¿Eso que tienes en la mano es un teléfono móvil? Espero por tu bien que lo hayas sacado sólo para comprobar que el wifi está desactivado. ¿He dicho ya que hace mucho frío? Pues más que va a hacer, porque las puertas tienen que estar abiertas; que no me entere yo de que haces algo que no tienes que hacer mientras tendrías que estar trabajando. He de confesar que tenemos permitidísimo hablar entre nosotros y esas cosas, pero que las risas no superen X decibelios, por favor. ¡Ah! Tenemos café gratis cuando queramos. En ese aspecto son muy molones.


El caso es que todo esto puede sonar bastante exagerado, pero funciona. En este sentido, soy bastante crítica con el espelde (véase nota al pie 2) de muchos trabajadores españoles (y no miro a nadie, sobre todo a nadie que trabaje en el mostrador en un edificio de una Administración Pública), y creo que es buena idea que se pongan ciertos límites si internet es una de las herramienta de trabajo. Créeme, no van a cambiar los modelos que aparecen en la edición online de Vogue de una hora para otra. Palabrita de Blan.

Otra de las cosas que me sorprendió mucho fue el proceso de selección. Recuerdo que, cuando estudiaba en la UA, un día me desperté con la idea en la cabeza de que me apetecía hacer unas prácticas. A pesar de que el periodo de matriculación estaba más que concluido, hablé con una profesora y, en cuestión de minutos, tenía adjudicadas unas prácticas en el Hospital Universitario de Alicante para marzo y abril. Así de fácil: tanta burocracia para unas cosas y tan poca para otra. Pues bien, el día que hice mi entrevista por teléfono para esta empresa, no me esperaba algo excesivamente distinto. A fin de cuentas, me habían hecho enviarles mi CV, mi carta de presentación, mis notas de la carrera, mis certificados de idiomas, mi certificado de haber hecho prácticas, una carta de recomendación si la tenía a mano, mi talla de sujetador… ¿Qué más querían saber sobre mí? Pues todo. C-U-A-R-E-N-T-A  Y  C-I-N-C-O minutos de entrevista telefónica. Cuesta imaginarse las preguntas que pueden hacerte en cuarenta y cinco minutos cuando tienes la misma experiencia laboral de Paquirrín, pero he de decir que ya estoy preparada para cualquier cosa. Es más: hace poco me llamaron de una academia de idiomas para dar clases de español. No les bastó una entrevista, sino que he tenido que quedar dos días con una profesora para “conversar” y ver cómo me prepararía una clase. No pongo en duda que en Alemania no exista la dedocracia, pero, desde luego, no de forma tan chapucera como en casa.

Así que tú, amigo que te planteas llenar tu maleta de impulso aventurero [sic] y emprender un viaje a Alemania que vete a saber tú cómo termina, permíteme que te dé un consejo: 2000 km de distancia, hoy en día, no son nada en lo que a territorio se refiere, pero son un abismo en mentalidad. Haz un ejercicio en tu mente y olvídate de todas las normas no escritas por las que se rigen los españoles, porque la mayoría de veces no se corresponden a las que consideran lógicas los que viven más allá de los Pirineos. Bueno, mejor dicho: no las olvides, sino más bien déjalas bien guardadas y ordenadas en un cajoncito en tu memoria. De este modo, no te chocará tanto observar lo distintos que son esos pequeños comportamientos y valores cuya universalidad dabas por hecho, pero podrás abrir tu maletín del señor Wallace siempre que lo necesites y recordar lo que te trajiste, compararlo con lo nuevo, decidir con qué cosas te quedas y cuáles ya no te gustan, y volver a casa, cuando quiera que vuelvas, una miajica más sabio.

Próximamente: mi papel como revisora, gestora de proyectos, formateadora, lectora, correctora,  colocadora de muebles becaria en una empresa de traducción en Alemania.
¡Hasta otra!

Notas:
  1. Mis amigas en cuestión son @Marinigc y @Belen_Translate, que dentro de poco tendrán el gusto de conocer el "Teruel alemán".
  2. Me indigna que la palabra "espelde" me aparezca como incorrecta. En serio, que alguien edite un diccionario de salmantino-español pero ya, en el que se incluyan perlas como "mohíno", "fréjoles"como sinónimo de "alubias verdes" y "turruteso" como forma de designar algo con forma de.... pues eso, de turruteso.   


domingo, 2 de diciembre de 2012

Cómo entender el conflicto palestino-israelí y no morir en el intento, parte II


Hace una semana escribí una entrada en la que intenté explicar los inicios del conflicto palestino-israelí. Lo prometido es deuda, y aquí os traigo la segunda parte. Un pequeño y rápido resumen antes de entrar en materia: con la caída del imperio otomano como consecuencia de la I Guerra Mundial, se crea en Oriente Medio el Mandato Británico de Palestina. De forma paralela, se refuerza el movimiento sionista en todo el mundo, que reclama un estado judío en el que todos los practicantes de esta religión puedan vivir en amor y compañía. Gran Bretaña apoya, en un juego a dos bandas, tanto las aspiraciones judías como las de los árabes, que reclaman la soberanía de las tierras. ¿La solución? Dividir el territorio en dos estados, el palestino y el judío. Los primeros, que muestran su absoluto descontento con la resolución de las Naciones Unidas, se alían con la Liga Árabe y declaran la guerra a Israel. Con lo que la Liga Árabe no cuenta es con la fuerza del recién formado ejército israelí, pequeño pero matón, que gana la contienda (si es que en las guerras en verdad existen ganadores). Como consecuencia, Israel expande su territorios en un 23%. Y ahí nos quedamos.


El amarillo indica el territorio palestino, mientras que
el verde oscuro el territorio que se anexionó Israel tras la guerra 


Como es de esperar, comenzó a surgir un odio entre ambos pueblos hacia sus vecinos, aspecto en el que las religiones no ayudaron. Respecto al tema geográfico, Egipto ocupó y gestionó lo que hoy se conoce como Franja de Gaza, y Transjordania (a partir de entonces conocido como Jordania) hizo lo mismo Cisjordania y Jerusalén Este. Como parte del proceso de paz, se trazó la denominada “línea verde” a modo de frontera.

Obviamente, lo que está en verde es la línea verde.
¿Y la roja? os preguntaréis. Paciencia, jóvenes padawans.
Como en cualquier conflicto, esta guerra trajo consigo consecuencias nefastas para los civiles, y muchos de los ciudadanos árabes se vieron obligados a abandonar el país en calidad de refugiados con la esperanza de regresar una vez se hubiesen calmado las aguas. Otros no abandonaron el país en sí, sino que se congregaron en las zonas ajenas al control israelí (las ya mencionadas Franja de Gaza y Cisjordania) y recibieron el nombre de “desplazados”. Por último, unos 100.000 árabes permanecieron en territorio israelí y recibieron la respectiva nacionalidad después del conflicto. Del mismo modo, los judíos que habitaban en países árabes también sufrieron la presión del exilio, y muchos de ellos se desplazaron a Israel.

Aprovecho para matizar que árabe y musulmán no designan un mismo concepto: el primero hace referencia a un pueblo, mientras que el segundo a una religión. Por tanto, ni todos los árabes son musulmanes (existen árabes católicos, judíos, ateos…) ni todos los musulmanes son árabes, sino que, dependiendo de su origen, un musulmán puede ser también persa, bereber, turco, español…

Como decía antes de este pequeño espacio patrocinado por la RAE, todos aquellos que abandonaron sus casas creyeron que podrían volver tras la guerra, pero no fue así. De hecho, muchos dejaron de tener casa, puesto que estas pasaron a pertenecer al gobierno de Israel. La mayoría de refugiados emigrantes no recibieron el mejor de los tratos en los países receptores, y sus condiciones de vida se degradaron. Esta cuestión sigue estando vigente en las negociaciones y en las reclamaciones de los palestinos, pues todavía no se ha encontrado una solución ni se ha facilitado la vuelta de los casi cinco millones de refugiados, como ordenan las leyes del Derecho internacional.
Palestinos por el mundo

Campo de refugiados palestinos en Iraq


Las tensiones en el territorio crecieron y crecieron, sobre todo tras la guerra del Canal de Suez, en la que se enfrentó una coalición formada por Francia, el Reino Unido e Israel contra Egipto. A pesar de que la coalición resultó vencedora en la contienda, el sentimiento de identidad musulmana en la zona se reforzó, y el presidente de Egipto, Nasser, adquirió, como mínimo, el título de héroe.

Este hombre que sonríe tanto es Nasser

Y, en 1967, llegó el pelotazo, también conocido como la Guerra de los Seis días, en la que Israel volvió a demostrar su superioridad militar. El ambiente estaba que ardía, e Israel le vio las orejas al lobo y lanzó un ataque preventivo hacia Egipto. Jordania no se quedó de brazos cruzados y respondió atacando también a Israel. Cinco días después, Israel se anexionaba nuevos territorios, entre ellos Gaza, Cisjordania, Jerusalén y la Península del Sinaí. Se suponía que esos territorios se devolverían como moneda de cambio en el seno de las negociaciones de paz, pero no fue así, e Israel continuó ocupando una zona en la que la población palestina se mostraba cada vez más y más hostil. A mayores, Israel dejó de gozar de la simpatía general a ojos del mundo, y pasó a considerarse, por primera vez, como una potencia ocupante que no contaba con el beneplácito de la mayoría de las naciones más influyentes del momento. La ONU decidió, a través de la famosa resolución 242, que las fuerzas armadas israelíes debían, por un lado, retirarse de los territorios ocupados y, por el otro, poner fin a toda situación beligerante. Sin embargo, Israel comenzó a construir asentamientos de judíos en el territorio colonizado, en los que, a día de hoy, viven más de 500.000 israelíes a pesar de los reproches internacionales. Os dejo con la intriga de los asentamientos hasta dentro de un par de párrafos.

Las fronteras de Israel a partir de 1967

Rayban y pañuelo palestino.
Arafat fue un adelantado en la moda.
Nasser, al que ya hemos llamado “héroe de los países árabes”, decidió que hacía falta un grupo que representase a todos los refugiados palestinos, y así nació la OLP, Organización para la Liberación de Palestina, liderada por el celebérrimo Yasir Arafat. Es cierto que la OLP, en sus orígenes, tenía como objetivo la destrucción de Israel mediante la lucha armada y el regreso de todos los refugiados palestinos a un territorio único. Sin embargo, Arafat no era lo suficientemente duro desde el punto de vista de los más extremistas, que abandonaron el movimiento. En 1988, la OLP decidió renunciar a la violencia para conseguir sus objetivos de forma política y no terrorista. Lo primero que hizo fue reconocer la legitimidad del estado de Israel y, como respuesta, el Primer Ministro Israelí Rabin también reconoció a la OLP como la representante del pueblo palestino. Gracias a este gran paso, ambos países comenzaron las negociaciones en los Acuerdos de Oslo. Estos acuerdos, firmados por ambos líderes, suponían el fin del estado de guerra entre israelíes y palestinos y, a su vez, creaban la Autoridad Nacional Palestina, un órgano de gobierno con soberanía transitoria en Gaza Y Cisjordania. Los Acuerdos de Oslo no se quedaron al margen de las críticas de los más conservadores; extremistas de un lado y de otro los consideraron demasiado benevolentes, y el proceso de paz se truncó, entre otras cosas, por el asesinato del Primer Ministro Rabin a manos de un judío ultraortodoxo.

Ahí sobra alguien

 Desde los Acuerdos de Oslo en 1993, ha habido numerosos intentos de llegar a un compromiso, como los Acuerdos de Camp David en el año 2000, en los que se trataron temas como la soberanía de Jerusalén o los asentamientos judíos, hasta la Conferencia de Paz en Annapolis en el 2009, en las que Bush de verdad creyó que pasaría a la historia como el precursor de la paz en Oriente Medio. Ironías de la vida: otro que se merecía el Nobel, visto lo visto.

En todo ese tiempo de negociaciones, los ataques y guerrillas no cesaron: la Guerra del Yom Kipur, la Guerra del Líbano, o las dos intifadas, entre otros. El término intifada hace hace referencia a dos revueltas palestinas acontecidas en los años 1987 y 2000 y en las que, en total, 1223 israelíes y 6678 palestinos perdieron la vida.

El muro de Cisjordania recuerda al muro de Berlín.
Triste pero cierto
Desde el momento en el que Israel comenzó a ocupar los territorios de Cisjordania, la vida de los palestinos se ha ido recrudeciendo. El gobierno Israelí levantó un muro cuyo recorrido no coincide con la línea verde, por lo que numerosos habitantes se encuentran atrapados entre ambas fronteras. La comunidad internacional considera que estos asentamientos son ilegales, pero Israel no piensa así. Por ello, el gobierno incentiva la construcción de nuevos edificios y subvenciona a las familias que quieran vivir allí. Organizaciones de los derechos humanos, como Amnistía Internacional o Avaaz, denuncian sistemáticamente la presión que estos asentamientos ejercen sobre los nativos palestinos, a quienes, a veces, se les hace la vida imposible. Como ocurrió en Berlín, el muro ha separado a familias, pueblos y lugares de trabajo, y la mayoría de ciudadanos palestinos tienen que pasar un control fronterizo cada día para acudir a sus puestos de trabajo. Huelga decir que, a menudo, el permiso de entrada o salida es aleatorio. Algunos campesinos han visto como ese muro los separaba irremediablemente de sus campos de olivos, y los que no han podido continuar con sus labores se ven obligados a emprender largas travesías para llegar a un trozo de tierra que, literalmente, pueden ver desde sus ventanas. 

Ahora ya sabéis lo que es la línea roja
Los puntitos azules son los asentamientos. Podéis ver el mapa en grande aquí

El caso de Gaza es todavía más extremo. En 2006, Hamás, organización considerada terrorista por la mayoría de los países de la ONU, ganó las elecciones. Desde entonces, Israel ejerce un bloqueo tanto por tierra como por mar y aire que tiene sumido a sus habitantes en la mayor de las pobrezas. Con la excusa de la defensa personal, los bombardeos hacia la franja son sistemáticos, a los que militantes de Hamás responden con el lanzamiento de cohetes. Gaza es la región del mundo con mayor densidad de población, ya que en apenas 360 kilómetros cuadrados se congregan nada más y nada menos que 1.500.000 habitantes que no cuentan con otro medio de supervivencia que las ayudas internacionales. Con la pretexto de atacar al enemigo terrorista, los bombardeos israelíes se dirigen a personas concretas, dando lugar a “asesinatos selectivos”. Estos asesinatos vulneran las leyes del Derecho Internacional, no sólo por el hecho de que los supuestos terroristas son ejecutados sin previo juicio, sino por la cantidad de daños colaterales en la población civil que acarrean.

Welcome to Gaza

Durante la Operación Plomo Fundido en 2009, los bombardeos israelíes a la franja de Gaza fueron discriminados (se dice que incluso se utilizaron las letales bombas de fósforo), e Israel bloqueó tanto las fronteras como el acceso por parte de la prensa al terreno. Sin embargo, algunos reporteros consiguieron colarse, y este documental de la CNN llamado "Gaza: lo que Israel no quería que viéramos" es un buen reflejo de las consecuencias de la operación en los civiles.

Según un informe conjunto de 2007 del Fondo Mundial de la Alimentación y la FAO, el 84% de los habitantes de Gaza y el 60% de los cisjordanos viven por debajo del umbral de la pobreza y están obligados a vivir de la caridad. Israel controla los suministros de alimentos y de agua que llegan a la franja de Gaza, por lo que pueden castigar a los civiles siempre que quieran. Es cierto que no se deben minusvalorar los ataques de Hamás hacia Israel, cuyos habitantes viven constantemente pendientes de las alarmas, pero la respuesta a los cohetes que llegan desde Gaza es desmesurada, y no hay más que ver el desproporcionado número de pérdidas civiles en los últimos años.
Gaza y sus cohetes.

Abbas feliz cual regaliz ^_^
Mientras tanto, Abbas, el presidente de la Autoridad Nacional Palestina en Cisjordania, lucha incansablemente y de forma pacífica por el reconocimiento del Estado Palestino. Hace apenas unos días, muchos hemos compartido con ilusión la noticia de que Palestina era reconocida por la ONU como “estado observador”. Algunos se han preguntado si dicho nombramiento tenía un fundamento, puesto que Palestina cuenta ahora con voz en el organismo, pero no con voto. La respuesta es que sí. Ya no solo estamos ante el primer reconocimiento mundial oficial del estado (y dicho sea de paso, gracias una votación aplastante a su favor), sino que ahora los palestinos tienen una vía abierta para denunciar a Israel ante la Corte Penal Internacional por crímenes de lesa humanidad. Es difícil, pero no imposible. Y es la única vía, puesto que todas las opciones restantes están vetadas por el Gobierno de Estados Unidos (porque vivimos en una democracia mundial en la que uno de los seis países del Consejo de Seguridad pueden vetar cualquier resolución, aunque el resto de naciones la apoyen).  Ahora, el Primer Ministro israelí ha amenazado con construir toda una sarta de asentamientos en Cisjordania como respuesta al reconocimiento de Palestina.
No hay palabras que lo expliquen mejor.


Me he dejado bastantes cosas en el tintero, pero os enlazo todos los temas para que podáis seguir informándoos si os apetece. También os dejo algunas páginas que me han gustado mucho, como ésta de El Mundo, en la que colabora el profesor de la Universidad de Alicante Ignacio Álvarez-Ossorio. A Ignacio lo escuché ojiplática en las conferencias que dio el año pasado en la Facultad de Letras y de vez en cuando le echo un vistazo a su blog.








Aquí os dejo también un vídeo de la ONG Avaaz, de cuatro minutos de duración, sobre la situación de Gaza, y os recomiendo que veáis el documental de la CNN del que os he hablado. Espero que os haya resultado útil e interesante. ¡Yo me lo he pasado muy bien escribiéndolo!